Quiero morir de día
lo más tarde posible.
En Agra, o Cádiz,
o en la Casamance,
o en la Casamance,
pero nunca en Madrid,
ni en Londres ni en Chicago,
ni en Londres ni en Chicago,
ni siquiera en Paris. (solo es capricho)
En Granada ya he muerto algunas veces
y nadie bebió vino después de no enterrarme,
no hubo baile en mi olvido,
ni canciones.
Mejor si el oleaje me arrastra por la orilla
y cuando caiga el sol ya esté cansado.
En arenas discretas quisiera disolverme,
un lugar sin turismo,
por ejemplo en Bahía de Todos Pecadores
o en un monte de un país que aún no he soñado.
En el cantar de un río de Cienfuegos
ardería en cualquier número ternario
para después fundirme con el limo
y ser verde, aromático, amarillo…
Si alguien bailara después en mi memoria,
que no lo olvide, no fui más que una antena
que se afanó por recibir señales
del infinito mar de la armonía.