I
Es difícil saber qué pretende el poeta,
qué admite,
o considera suficiente.
Las ganas de llorar son poca cosa,
es poca cosa
la falta de un motivo convincente
o la chispa que inicia
la libertad del llanto,
el grito anterior a la calma,
el abrazo desnudo perdido en el vacío,
la renuncia
a un nombre,
a una historia presentable.
Es de valientes recibir el día,
mirar a los ojos a esta noche
sabiendo que podría llevárselo todo
y a cambio no dar nada.
II
Yo tuve un gran amor
hecho de aire fingido,
de los ojos vendados
del pecho y de su sótano.
Yo fui feliz sabiendo
que todo era un intento
que no lograba nada.
Lloraba fácilmente
un llanto de borracho
que los amaneceres absolvían.
Soñaba la existencia del futuro
y advertía al pasado
un ajuste de cuentas.
Yo fui gallina ciega
del tiempo que escapaba entre mis brazos.
Hoy me paro a respirar silencio,
miro a los ojos negros de la noche,
me ciega y me extenúa
el fuego de los soles inclementes,
me erosiona
la huida imperturbable
de las luces amables del poniente,
el universo tan serio de polillas
en las filas de farolas sin alma
de las calles desiertas que recorro.
III
Poca cosa,
lo sé perfectamente.
Me iría sin hacer ruido.
Pero un abuelo mío o de mi hermano,
juntó un millón de notas una a una,
erigió una montaña piedra a piedra,
labró un sendero entre dos mares,
dijo cosas
que mostraron caminos
a los amores y a las felicidades.
Poco puedo hacer
más de lo poco,
pero será en la suma.
No sé, solo pretendo
abrir, cerrar, dar paso,
quién sabe, cocinar
unas pocas raciones
del sustento del mundo
que debería quedar
cuando me vaya.