Tu allanarías el camino de los días,
yo, con toda la sangre cantora,
poblaría tus días
de ventanas abiertas y de danzas.
Yo te haría un palenque en mis brazos,
en el mundo que bañan mis sueños mejores.
Tu despertarías
olvidada de todos los finales,
dormirías desnuda
de las vidas antiguas.
Borrarías mis preguntas cansadas,
y las certezas tristes
cambiarían sus contornos, como nubes
arrastradas y deshechas por el viento.
Yo inventaría leyendas y boleros
para burlar al tiempo.
Y un día
romperíamos juntos las fronteras del sueño.
Para eso debemos existir,
yo en el mundo que habitas,
tu en el mundo que habito.
Hoy tampoco encontré miel,
pero vienen otras mañanas limpias,
quedan días inofensivos, leves.
Hasta llegarán noches
con olor a verano,
a sal, jazmín, abrazo...
Hay que pagar con frío,
con la sequía incomprensible de las lágrimas
y un papel secundario
de equilibrio y de ánimo.
Hay que gritar lemas prudentes a uno mismo,
compararse con quienes sufren mucho.
Hay que sentirse bien y afortunado,
que todos puedan verlo y sopesarlo.
Hay que acatar las horas, las semanas,
la prisa, los semáforos, las charlas,
las pérdidas de tiempo y de entusiasmo
y los embudos negros
de amores nunca ciertos.
Pero vienen mañanas sin marca del destino,
a priori inocentes y capaces de todo.
Y la tarde del último sueño
llegará con olor a verano,
a noche de jazmín, abrazo y sal.