innecesario,
a los ojos ajenos
lentamente caminas
hacia una nueva entrega de tu nombre.
El espejo asegura,
junto a la mayoría
de los pocos que perciben tu existencia,
que has cambiado,
que la barba
te hace interesante o te avejenta,
que ahora les recuerdas a tu padre,
y ese corte y ese color de pelo
te hacen mucho más joven y atractiva.
Tú recorres el día sin apenas notarlo,
con los mismos pulmones
que siempre han celebrado
la gloria de las risas, los miedos, los orgasmos,
han procesado el humo,
los silencios cobardes y los gritos desnudos,
año a año a tu nombre,
mudos en el informe
de los días usados.
Solo traes la noticia
de algunos versos nuevos,
o unas notas que suenan
amarillas y verdes,
que han llegado de pronto,
sin permiso, fragantes,
o las has segregado
inadvertidamente
mientras tus ojos
vagaban a lo lejos en silencio.
El camino que acoge tu visión y tu aliento,
se reserva el derecho
de retocar tus ingenuos borradores
antes de que el espejo,
junto a la mayoría,
emitan su dictamen
sobre cualquier entrega nueva de tu nombre
y tu canción del tiempo silenciosa.
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