Me dolió ser el último en saberlo,
pero tu crimen
quedó muy lejos
de ser perfecto.
Sé que inventaste aquello
porque necesitabas protegerte
de tu propio veneno,
no conseguías asumir tanta ruindad,
tuviste miedo.
Y tu calumnia me cerró mil puertas,
y ahora, de lejos, lo agradezco,
porque, sin tu saberlo,
me impidió que cruzase algunas de ellas,
que ahora sé que daban a desastres,
a campos yermos.
Quizás por eso
sea que nunca he conseguido odiarte,
tu puñal protector me ha hecho más fuerte,
y el bien involuntario que me hiciste,
hizo de tu traición otra chapuza,
otro mísero intento.
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