Hay que tener coraje de tahúr,
un día va a salir la apuesta a todo o nada.
Hay que aprender la astucia del junco
y la humildad de la sabiduría.
También hay que ser un buen negociador,
sentarse frente a frente
con todas las responsabilidades
y llegar a un acuerdo
sin demasiadas cláusulas,
firmado y sellado
con apretón de manos.
Hay riesgos que asumir:
El de la soledad, y si llega, abrazarla.
El de la pobreza. Si aparece, no hacerle reproches.
El de que el corazón se rompa en mil pedazos,
que será el más difícil de vivir. Cuando suceda,
hay que aprender a amar hasta las piedras
sin siquiera rozar
su libertad de piedras.
Hay que ser muy libre
para no perder nunca de vista
la libertad de los seres que amamos,
hay que ser generoso
para aceptar su ausencia o su presencia.
Estas cosas no están al alcance
de cualquiera que no se plantee
la gran dificultad
y el inmenso valor de ser libre.
O que no esté dispuesto a pagar,
sin ahorro ni remordimientos,
el elevado precio,
a seguir con tesón
el arduo y sutil aprendizaje
de la libertad.
¿Quién ha dicho pereza?
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