me da por acordarme del caballo de mar,
que vive de pie y no tiene pie.
Esto me lleva a un trilema evitable: si debo inspirar antes o después de exhalar, o viceversa, o cambio de argumento.
Cesar Vallejo me descompone los propósitos, y más porque al quitarme de la cara su manual de prosa incontestable, yo estaba boca arriba, abrí un poco más los ojos, el cielo era redondo y no había nada, y me invadió de golpe un vértigo tan grande como su verso más secreto y afilado. No sé si voy a poder estar muerto tantos siglos sin poder preguntarle si él exhalaba antes o después de las dudas.
Volviendo a mi, no sé qué haces leyendo, escribo como el que saca al perro, no quiero pestilencia en mis circuitos, aunque a veces me acobarda la lluvia y decido sacarlo al balcón. Supongo que me tienes en un mínimo aprecio, será eso.
¿Quieres un poco más? Fica a vontade! Pero no se reintegrarán boletos, sabías lo que hacías al prestarle tus ojos a un papel.
Soy pariente lejano de Sací Pereré, (primo a su vez del citado hipocampo) y me arrogo por tanto el derecho, aprovechándome de las situaciones que interesadamente invento, de decir alguna cosa no del todo defendible ni oportuna. Espero que la rima sin sentido ni norma, esto es, ficticia y subjetiva, o bien ausente, le de divertimento al desvarío, y al final todo importe no más de siete y media, y no me espere nadie detrás de las esquinas.
Cuando bajo al nivel ciudadano, ya el libro de poemas reposa en un bolsillo del abrigo, y como si eso fuera un sortilegio, camino en los dos pies, saludo con las dos orejas puestas, simulo que comprendo las señales de tráfico, y considero el verbo escabullir, un verbo magistral e injustamente infravalorado. Pero ruego que nadie se lo sople a la futura dama que, fatalmente, yo osare cortejar.
Gracias por tus dos o tres minutos, nadie podrá decir que ni siquiera lo hayamos intentado...
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