lunes, 6 de enero de 2020

UN DÍA DIFERENTE CUALQUIERA





Un salto demasiado pequeño,
impacto mínimo que apenas roza 
las glándulas del inconformismo, 
como una borrachera comedida, 
sincero simulacro.

Pero, sin saber como,
activa un contacto,
dos hilos se tocan dentro de la consciencia,
la percepción del aire, el placer de la calma.

Las ganas no me alcanzan 
para otra cosa que no sea andar, 
subir a algún lugar donde se vea el viento.

No me atrevo a llorar, 
así, sin un itinerario,
sin un guión verbal o un desengaño. 
Sigo sin atreverme,
menos aún 
si me acuerdo de que los desengaños
están casi extinguidos,
ya solo saben apretar un puño, 
no más de unos segundos 
entre tórax y abdomen.

Luego una bendición, tropiezo con la luna,
baja, de frente, repentina, 
tenue frente al sol de la tarde que nace, 
mostrando su volumen y su rostro. 
La luna de las tardes soleadas 
me enseña a percibir el espacio vacío, 
la geometría de su distancia.

En el regreso apago los minutos, 
borracho de rostros inalcanzables, 
luminosos, diversos, 
de belleza sin nombre, 
que duran un segundo 
y viven su vida en otra dirección.

Me adueño del silencio,
me lo pongo en medio de las tropas
de gente que respira benditas vacaciones.
Ya no me estorban,
casi nadie o nadie advierte mi existencia, 
ya puedo detenerme 
y mirar cualquier planta 
que brota en una grieta, 
o la gente que pasa.

Ahora que aprendo a saludar,
acepto que no todos me responden,
sigo,
sin buscar ni evitar algún atajo,
me dejo llegar 
al punto de partida.

Más tarde,
otro pequeño salto 
hacia otro día.






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