Nacimos del agua,
y emulamos torpemente sus costumbres.
Rodamos sin remedio
laderas abajo,
por ásperas piedras,
en las noches de ira del aire,
que nadie contempla.
Cómodos o cobardes,
nos apoyamos en cualquier obstáculo,
en las siestas que a veces nos alejan
del instinto de fluir sobre la tierra.
Abortos de un océano,
en un remanso nos vamos consumiendo,
nos habitan, nos beben,
cada cual según su poder o su engaño.
Nos salpican venenos sutiles
que solo el tiempo lava
ya demasiado tarde.
Hasta que una furia repentina nos despierta,
y nos empuja una vez más al ciclo
que termina y comienza en la plaza de abajo,
en esa plaza inmensa, azul y verde,
que hace de nuestra unión nuestra belleza.
Sí, nacimos del agua.
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