de seguir simulando ser fuerte,
con la calma de llorar hacia dentro
solo un poco, a veces,
distraídamente.
Con la decencia intacta,
con la juventud de desear
la vida al menos otros treinta años,
con la decisión firme de respirar y ver,
salgo de mi casa.
Sin reloj, sin paraguas,
sin mapa de la tarde.
Sé que, por lo menos,
me voy a encontrar la soledad
que nadie, ni ella misma,
disminuye o aumenta.
Sé que ya no hay esquinas ni portales
que griten o murmuren cuando paso,
que sigue habiendo cosas
que he mirado mil veces
y no he visto,
que quizá nos veamos
por ahí,
esta tarde.
Ya se han redimido las mentiras,
los abismos, los besos, los finales.
Ya casi no hace falta soñar
o lamentarse.
Es tiempo de andar.
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